La vida después de un adiós sin despedida
Por Oksana de la Rosa
Podemos ver la pérdida como una parte natural de la vida, pues eso nos lo han enseñado conforme vamos creciendo, sin embargo no creo que haya suficientes palabras que puedan describir el momento exacto en el que eso sucede, no creo que haya una edad en la que nos duela un poco menos o un poco más que otra… Laura tenia tan solo 15 años cuando experimentó por primera vez el dolor de una gran pérdida como fue la de su padre, la segunda a los 23 con su hermano mayor, la tercera comenzando su cuarta década con el fallecimiento de su madre y la cuarta a sus 47 años al perder a su compañero de vida.
Laura Ochoa, una Regiomontana de 48 años, frotaba sus manos como símbolo de nerviosismo pues desde su última perdida no había hablado sobre el tema tan directamente. Para ser sincera creo que ambas estábamos un poco nerviosas, el ambiente se sentía un tanto tenso, pero sabía que una vez empezáramos a hablar, comenzaríamos a soltar de ese hilo poco a poco.
“Todos reaccionamos de forma distinta a la muerte, pero si tomamos en cuenta que la mayoría de nosotros puede superar la pérdida y continuar con nuestras vidas, podemos comprender que los seres humanos, por naturaleza, tenemos una gran capacidad de resiliencia.” mencionó mientras se acomodaba en el sofá café de aquella pequeña sala.
La mujer de cabello rizado comentó que durante a lo largo de su vida, uno de los mejores consejos que había recibido era el dejar que el tiempo lo sane todo y que recordara que es un día a la vez.
“Es eso lo que pienso cada mañana antes de levantarme de la cama. Es poco a poco, se vale a veces estar triste y se vale llorar cuantas veces sea necesario, pero hay que seguir.” recalcó con valentía en su voz.
Una de las cosas que más le sorprende de si misma, es que a pesar del dolor que siente en su corazón, sigue de pie, afrontando los retos de cada día, aunque haya ocasiones en las que siente que no podrá. Sin embargo, reconoce que no es por sus propias fuerzas, es decir, aseguró que, aunque se considera una mujer fuerte por comentarios que ha recibido, también reconoce que es débil pero que es ahí donde Dios la perfecciona en eso, haciendo énfasis en el versículo de 2 de Corintios 12:9.
En lo que la delicada mujer analizaba sus propias palabras, aproveché para preguntarle sobre como se había sentido en comparación a los primeros meses de su perdida hasta el momento, y con orgullo y una sonrisa de oreja a oreja respondió “totalmente diferente, anímica, física, emocional y espiritualmente. Yo se que aún me falta mucho por superar, pero es precisamente eso lo que me impulsa a seguir adelante; ver ese gran cambio que he sabido sobrellevar, ver a mis hijos sonreír y encontrar paz en aquellas cosas insignificantes que de pronto perdemos de vista por creer que tenemos mucho tiempo. También me falta conocer a mis nietos, ya dije que yo no me voy de aquí sin tenerlos entre mis brazos, así que a ver quién de ustedes dos se apura para dármelos.” afirmó con una risa cálida y gentil.
Mientras las lagrimas comenzaban a formarse entre sus grandes y redondos ojos color café oscuro, se enderezó de su asiento y con una voz quebrantada dejó un mensaje para aquellos que estén pasando por el mismo proceso: “No se den por vencidos, que yo más que nadie se que la vida a veces duele, otras veces cansa, e incluso a veces también nos hiere. No es perfecta, no es fácil y mucho menos es eterna; pero a pesar de todo, la vida sigue siendo hermosa, y poco a poco dejaremos ir la pérdida, pero nunca el amor.”
Los psicólogos afirman que el duelo se ha superado cuando somos capaces de volver a hablar del ser fallecido sin sentir algún tipo de dolor. Al mismo tiempo que volvemos a ser capaces de invertir las emociones en la vida y en los vivos. Cuando convertimos las energías y las invertimos en las relaciones, en nosotros mismos, en nuestros proyectos y en sentirnos mejor, es cuando comenzamos a renovar nuestra ilusión por la vida.
Es ese momento en el que ya podemos recordar con cariño, con afecto y con mucha nostalgia sin que el recuerdo nos enmarque en un dolor profundo o en un estado emocional sinfín. Entonces podemos estar en paz con ese adiós sin despedida.