Por: Emily García, Diana Moreno, Aidé Meixueiro, Nereida Herrera, Carlos Márquez, Ana Juárez y Luis Mercado.
Anahí, una joven de 25 años con una pasión desbordante por la fotografía y la arquitectura, emerge como un faro de creatividad y talento en el mundo del arte visual. Su presencia es alta y elegante, con una complexión delicada que enmarca su rostro de facciones suaves. Su cabello es oscuro y lacio, irradia amabilidad y belleza. Pero detrás de esta fachada de belleza y confianza, Anahí lucha una batalla silenciosa contra un enemigo invisible: el trastorno dismórfico corporal.
La Dismorfia Corporal, antes conocida como Dismorfofobia, es un trastorno mental que se caracteriza por la preocupación excesiva hacia un defecto físico, lo más sorprendente es que muchas veces esta preocupación no tiene una base real, es decir, la persona puede no tener un defecto evidente, pero aun así percibe su cuerpo de manera distorsionada, como si fuera mucho más grande de lo que realmente es.
Dicho término fue descrito por primera vez por el médico italiano Enrico Morselli en1891.
Algunos de los signos y síntomas del trastorno dismórfico corporal son: Estar extremadamente preocupado por un defecto, estar convencido de que tienes un defecto en tu apariencia que te hace feo o deforme, creer que los demás ponen especial atención en tu apariencia de una manera negativa o se burlan de ti, tener comportamientos dirigidos a arreglar u ocultar el defecto percibido que son difíciles de resistir o controlar, tales como mirarse frecuentemente al espejo, arreglarse o rascarse la piel, Intentar ocultar los defectos percibidos con el estilo, el maquillaje o la ropa, comparar constantemente tu apariencia con la de los demás, buscar con frecuencia la aprobación de tu apariencia por parte de los demás, tener tendencias perfeccionistas e incluso evitar situaciones sociales.
Desde una edad temprana, Anahí ha estado en guerra consigo misma, cuestionando constantemente su percepción de su propio cuerpo. Aunque sus recuerdos de infancia están teñidos de calidez y amor, la semilla de la autoexigencia fue sembrada durante sus años formativos.
A los 12 años, un diagnóstico de hipertiroidismo desencadenó una transformación física abrupta, llevándola de una complexión saludable a una delgadez preocupante en un abrir y cerrar de ojos.
La transición a la adolescencia se convirtió en un campo minado de inseguridades y ansiedades para Anahí. Mientras luchaba por adaptarse a los cambios en su cuerpo, se vio atrapada en un ciclo de autocrítica y comparación constante. La presión de alcanzar los estándares de belleza inalcanzables impuestos por la sociedad y los medios de comunicación la empujó al borde de la desesperación.
«Cuando estaba en sexto grado de primaria, todo comenzó. Mi familia paterna es de una complexión grande y alta, por lo que mi genética siempre fue así, pero eso nunca me molestó. El tema de mi cuerpo no era una preocupación, era feliz. Sin embargo, todo cambió cuando fui diagnosticada con hipertiroidismo. En poco tiempo vi cómo mi cuerpo se transformaba, ya que toda mi vida fui gordita y pasar a la delgadez en muy poco tiempo fue muy raro» recuerda Anahí con una mezcla de melancolía y nostalgia en su voz.
«Optaron por llevarme con un nutriólogo para controlar mi peso, pero la ansiedad y la tristeza que experimentaba en la secundaria me llevaron a consolarme con la comida, un hábito poco saludable que se convirtió en mi refugio. A los 14 años, mi peso alcanzó los 89 kilos, lo que me hizo sentir terriblemente mal conmigo misma.
Siempre me rodeaba de personas delgadas, y en mi mente, mi peso era la razón por la que nadie mostraba interés en mí. A pesar de seguir dietas y recibir elogios de mi familia y amigos, nunca me veía como ellos me describían. La comparación constante con mis amigas y las imágenes en las redes sociales solo intensificaba mi deseo de alcanzar un estándar de belleza inalcanzable».
Su lucha interna se manifestó en una obsesión enfermiza con su imagen reflejada en el espejo. Cada imperfección, cada centímetro de piel fuera de lugar, se convirtió en un recordatorio doloroso de su supuesta «imperfección». Se encerró en un mundo de autodestrucción, restringiendo su ingesta de alimentos y castigándose a sí misma por cada bocado que pasaba por su boca.
Para entender con más detalle qué es lo que pasa por la mente de alguien que sufre de este trastorno, Pilar Arroyo, Psiquiatra con más de 10 años de experiencia egresada de la Facultad de Medicina con especialidad en trastornos alimenticios, menciona que nuestro cerebro tiene zonas específicas para diferentes partes del cuerpo, y que durante la adolescencia se forma una imagen corporal que puede influir en cómo percibimos nuestro cuerpo en el futuro.
«La corteza somato sensorial, por ejemplo, es donde se representan todas las partes del cuerpo, definiendo la percepción y la sensación que tenemos de cada una. El Locus Coeruleus es el que nos impulsa a tomar medidas si creemos que algo debe cambiar, generando una urgencia para lograr la perfección deseada, como mejorar la apariencia de mi nariz, la perfección del cuerpo o bajar de peso. Los ganglios basales, por otro lado, están relacionados con ideas obsesivas y repetitivas.»
El procesamiento visual en el cerebro de quienes padecen dismorfia corporales diferente al de quienes no la padecen. Hay una alteración en la interpretación visual que causa una distorsión de la figura.
«Empecé a obsesionarme con mi reflejo en el espejo. En mi casa no había ninguno, pero una vez que fui a casa de mi abuela vi un espejo de cuerpo completo que apenas usaba, le pedí que me lo regalara y lo puse en mi cuarto. Pasaba horas frente a él, pero en lugar de verme a mí misma, veía una versión distorsionada y no era una imagen satisfactoria lo que veía ni era lo que esperaba. Todo el tiempo terminaba llorando de frustración y repulsión hacia mi propia imagen. Me convertía en una persona irritable y retraída cuando no estaba satisfecha con lo que veía.
Evitaba salir, ni quería que me tomaran fotos, ni que nadie me viera», confiesa Anahi con una franqueza desgarradora.
«La obsesión con mi peso me llevó a extremos preocupantes. Me esforzaba por evitar la comida, llegando al punto de mentir sobre mi hambre para evitar comer. Durante seis meses, me encerré en mi casa, saliendo solo para ir a la escuela. En las raras ocasiones en que me encontraba en la mesa del comedor, apenas tocaba la comida, mientras que, en casa de mi abuela, inventaba excusas para no comer y solo lo hacia una vez al día».
El punto de quiebre llegó el día en que su salud finalmente cedió bajo el peso de sus propias restricciones. En octubre del 2022 fue diagnosticada con anemia grado 3, Anahí se enfrentó a una realidad dolorosa: su lucha interna estaba cobrando un precio demasiado alto.
«Lo más difícil de enfrentar la anemia no fue el deterioro de mi salud, sino el conocimiento de que tendría que enfrentar mi miedo a la comida. Fue un momento de quiebre cuando finalmente me sinceré con mi mamá sobre mis verdaderos sentimientos. Ella reconoció la gravedad de la situación y me animó a buscar ayuda profesional. Retiró los espejos de mi cuarto, cubrió los reflejos en toda la casa y siempre estuvo al pendiente de que estuviera comiendo bien, incluso llegando al punto de verificar si vomitaba la comida, porque me decía que cuando entrara al baño ella era la que le iba a bajar.» Mencionó en un tono de incredulidad.
«Aunque sigo luchando con el trastorno dismórfico corporal, he encontrado consuelo en la terapia. A pesar de estar en un entorno profesional donde se celebra la perfección física, me doy cuenta de que la insatisfacción con el propio cuerpo afecta a personas de todos los ámbitos»
«Hablar sobre mi trastorno dismórfico corporal no es fácil, pero es necesario», reflexiona Anahi con determinación en sus ojos. «Aunque todavía enfrento desafíos todos los días, estoy aprendiendo a abrazar mi cuerpo como el templo que es. Es un proceso continuo, pero cada paso me acerca un poco más a la paz interior que tanto anhelo.»
Casi el 70% de las personas con TDC reportan criterios diagnósticos de al menos otro trastorno psicológico, según especialistas el 59% trata de ansiedad y el 32% de depresión. Así mismo, 46% de pacientes con TDC reportan autolesiones o intentos de suicidio.
En su viaje hacia la recuperación, Anahí encontró un propósito renovado en su trabajo como fotógrafa. A través de su lente, busca capturar la belleza en todas sus formas y celebrar la diversidad del cuerpo humano. Con cada clic de la cámara, se acerca un poco más a la realización de su visión: un mundo donde la autenticidad y la aceptación reinan.
En las palabras de Anahí, resonan la fuerza y la determinación de alguien que ha enfrentado sus demonios más oscuros y ha emergido más fuerte del otro lado.
Aunque el camino hacia la recuperación puede ser largo y difícil, su historia es un recordatorio poderoso de que la verdadera belleza reside en la aceptación incondicional de uno mismo.