PEPE

Nicole Montserrat Ruiz Márquez

La fachada de la casa es de un piso, las paredes están pintadas de un verde oscuro desgastado y la puerta de la casa está abierta invitándome a pasar, asomo mi cabeza sin adentrarme a la casa pero observando dentro de ella que ahí se encuentra José Guadalupe Márquez Pérez, un hombre de alta estatura, tez morena, cabello oscuro corto y rostro serio que me invita a pasar con un movimiento de mano señalando la silla de madera a su lado, mientras que él está sentado en un sillón negro con un periódico abierto entre sus piernas, lo dobla dejándolo a un lado y me presta completa atención dispuesto a contar su historia llena de altibajos.

Veo la grabadora negra en el suelo logrando escuchar a los Tigres del Norte como música de fondo, observo el rostro cansado y ojeroso de “Pepe” como comúnmente lo conocen después de un semana pesada de trabajo pero aun así me sonríe con simpatía: “Soy el hermano mayor de tres hermanos, mi familia y yo vivíamos al día con lo que mi papá Melesio ganaba en una frutería y refresquería que tenía en el Mercado del Norte, como era el mayor sentía la obligación de tener que ser también el hombre de la casa así que a los 10 años empecé a trabajar entregando periódicos”.

Se lleva una mano por debajo de la barbilla y explica que el haber trabajado desde muy joven le afectó mucho en su manera de pensar y ver el mundo, que solamente sentía la necesidad de trabajar para conseguir dinero y llevarlo a su casa, que no se necesitaba estudiar para ganarse la vida. “Sólo terminé la secundaria y con calificaciones mediocres, a los 15 años trabajaba en los cruceros vendiendo nueces, semillas, agua embotellada y de vez en cuando dulces, ahí conocí un poco más de cómo es el mundo y se maneja, también ahí fue la primera vez que probé un cigarro, quién diría que sería el causante de mi casi muerte 41 años después” finaliza con ironía y suelta un suspiro reflexionando sus palabras.

El reloj plateado brilla en su muñeca izquierda, sus manos se ven callosas y la camisa de botones negra con corbata roja y pantalones de vestir oscuros señalan que dentro de unas horas tiene que ir a trabajar, después de unos segundos relata que a esa edad conoció a Elsa Martínez, la mujer que se convertiría en su esposa seis años más tarde y con quien tendría tres hijos a lo largo del tiempo: Edgar, Erick y Ángel. Inevitablemente sonríe al mencionar a su familia mostrándose más alegre y simpático.

“Cuando tenía 20 empecé a trabajar en un casino como seguridad, no fue difícil adaptarme ya que yo era alguien muy broncudo así que el trabajo era perfecto para mi, pero ahí comenzó mi tabaquismo, como trabajaba de 8 de la noche a 8 de la mañana necesitaba algo que me mantuviera activo y pudiera calmar mis nervios cuando sucediera algún problema, el cigarro se volvió mi fiel acompañante en cada día de trabajo pero conforme fue pasando el tiempo una cajetilla ya no era suficiente, compraba 4 o 5 por día y ya no solo fumaba en el trabajo sino también en mi propia casa a todas horas del día.”

Su voz suena arrepentida, su mirada luce triste, pude entender lo mucho que él se lamenta de sus antiguas acciones y suelta un suspiro profundo, cuenta que su adicción al tabaco continuó hasta sus 52 años, que nunca pudo dejar ese mal hábito ni siquiera por su esposa e hijos, confesó que ya tenía tiempo con dolores de pecho y tos que no paraba tan fácilmente, pero que se dio cuenta que había algo extraño pues había estado bajando mucho de peso, que no sentía hambre la mayor parte del tiempo y el motivo por el cual se hizo exámenes fue la tos con sangre que se le presentó un día.

“Los resultados eran obvios, ni siquiera me agüité cuando el doctor me dijo que tenía cáncer de pulmón, era algo que muy en el fondo sabía que iba a suceder, sé que a muchas personas les da miedo escuchar la palabra cáncer porque de inmediato lo asocian con muerte, pero en realidad no sentí miedo, no se me derrumbó el mundo ni sentí que la muerte me estuviera pisando los talones, el doctor me había dicho que con radioterapia y cirugía saldría adelante pero que corría muchos riesgos” declara con confianza, no titubea ni se ve el miedo en sus ojos demostrando su fortaleza ante la enfermedad.

Cruza su pierna izquierda arriba de la derecha y coloca una de sus manos arriba de su tobillo desviando la mirada. “Fue difícil, el tratamiento fue muy doloroso y me sentí tan enfermo y débil que me sentí avergonzado porque siempre he sido un hombre fuerte, que ha sacrificado todo por su familia, que da la cara por todos, alguien inquebrantable que no ocupa la ayuda de alguien, fue difícil darme cuenta que no podía hacer todo yo solo y que necesitaba ayuda, pero vencí el cáncer y mi familia jamás se apartó de mi lado, eso me dio las fuerzas para seguir siendo el hombre fuerte que soy”.  

Con calma agrega que tres años después unos exámenes señalaron que el cáncer había regresado pero más agresivo, aunque no solo en los pulmones sino también en la próstata, el cáncer había hecho metástasis en su cuerpo complicando su calidad de vida y los tratamientos para eliminar la enfermedad, tuvieron que extirparle un testículo y volver a recibir radioterapia en las zonas con células cancerígenas para poder salvar su vida, sin embargo el doctor a cargo lo determinó como un paciente terminal pese los esfuerzos de eliminar el cáncer.

“En ese momento cuando el doctor me dijo que estaba invadido y que no había ninguna solución en mí, que estaba desahuciado, me arrepentí tanto de haber dedicado la mayor parte de mi vida al cigarro sin medir las consecuencias, por primera vez me sentí atrapado y tuve mucho miedo porque quería seguir viviendo, quería seguir envejeciendo con mi vieja, platicar con mis hijos que ya son todos unos hombres, ir al béisbol con mis hermanos a ver a los Sultanes, ver a mis nietas crecer, sentía que a mis 55 años aun me faltaban tantas cosas por vivir y disfrutar” expresa con amargura, su voz se ahogó al decir esas últimas palabras e hizo una larga pausa tratando de mantener la compostura.

Una sutil sonrisa llena de tristeza se le pinta en los labios después de unos minutos como si recordar fuera un trago amargo y los ojos oscuros se volvieron brillosos por las lágrimas que intentaba no derramar. “Me despedí de mi familia, mi esposa e hijos, con la poca voz que tenía y los pulmones quemándome cada vez que respiraba les hice jurar a mis hijos que ellos jamás volverían a tocar un cigarro, los convencí de que fumar solo mataba tus pulmones y que el dolor que estaba sintiendo en esos momentos era un dolor que ellos jamás desearían pasar, que observaran todo lo que estaba viviendo; lloramos, recordamos y reímos, bueno, eso intenté, pero yo ya me estaba preparando para ir con Dios, no tenía miedo ni había tristeza dentro de mí, por algún extraño motivo sentí paz, como si ya no debiera nada en esta vida”.

Me sorprendo con sus últimas palabras y me dice “Te estás preguntando que qué hago aquí, ¿cierto? Llámalo suerte o un milagro pero comencé a mejorar, volví a subir de peso, el dolor en mi cuerpo se fue y milagrosamente volví de nuevo a ser y sentirme como antes del cáncer, aún estoy enfermo pero ya no recibo tratamiento, no sé cuánto tiempo duraré así pero disfruto mi vida al máximo porque no sé cuándo volveré a perderlo todo.”

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